Rendirse, nunca
Joy aprendió a abrazar las diferencias de sus hijas y celebrar ese vínculo único que tenían. Ella estaba completamente cautivada por el amor y el fuerte lazo que existía entre Amanda y Emily. Además, Joy estaba profundamente agradecida de tenerlas en su vida.
Sin embargo, cuando Joy se quedaba sola y no tenía que mostrarse fuerte para sus hijas, ella comenzaba a llorar sin ningún tipo de consuelo. La agobiada madre pensaba que quizás ella había hecho algo malo para merecerse todo el dolor y daño que estaba sufriendo. Cuidar a las gemelas y pasar por toda esa angustia no era tarea fácil.